Tu amor tuvo la suavidad de un pétalo de rosa.
Tus ojos claros, hondos, graves, poseían esa serenidad casi extática de ciertos lagos cuando por sobre ellos la brisa apenas hace rodar sus alígeros patines de plata.
Parecías un lirio, o mejor una estrella sobre un tallo. Que no estaba seguro yo de si eras astro o flor, porque perfumabas y refulgías. Hablabas, y tu voz tenía el don feliz de una caricia. Tus palabras eran en mi alma como un descendimiento de topacios sobre la avaricia transparente de una copa. Y cuando tus manos finas y largas -dignas de los besos cortesanos en los salones fastuosos- volaban sobre el marfil arcaico de los pianos, y Bach suspiraba y Chopín gemía y sollozaba Schubert, velaba yo a tu lado, ebrio del ritmo y de tu amor, tan abstraído, que apenas si acertaba a doblar, sobre el mueble sonoro, las hojas temblorosas del libro musical...
Un día cortó tu barca llena de perfumes las amarras sedosas que la sujetaban a mi puerto y se perdió calladamente en la infinita serenidad del horizonte. No grité, aunque dentro de mi corazón se desplomó un castillo. Pero ahora vigilo, desde el ficticio encierro de mi torre, y espero con trágica tenacidad a que la raya azul de mi solitaria perspectiva se manche triangularmente de blanco con la nítida vela de la nave en que tu amor retorne hacia mi vida...
Nicolas Guillen
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario